Sin embargo, he llegado a la conclusión de que la respuesta será, casi con obviedad, mucho más sencilla.
Porque al día de hoy sigo sin querer verla.
Pero ayer, y fue ayer, la vi temblando. Y hablaba. Y carecía de sentido que estuviese ahí, en ese pasaje, a esa hora, en ese barrio, cuando hacían menos de dos horas que ella había partido, sí, en rumbo opuesto, lejano, como partiendo la ciudad en dos.
Y estaba del otro lado, yo sé que estaba del otro lado. ¿será que tu lado siempre es, sin quererlo, mi lado también?
Vos, sabés, temblabas. Al acercarme, no me viste, porque tenías tus manos en la cara, te tapabas los ojos, te agarrabas el pelo, y repetías las palabras 'aprender' y 'aprehender' de manera confusa, ambivalente.
Te interpelé y me dijiste que tenías miedo. Que aunque saliera mal no sería tan malo, y en caso de que saliera bien, tampoco sería tan bueno.
Ayer tenías miedo y hoy estás igual. Y yo también sigo sin querer escuchar lo que me estás diciendo.
También por miedo. Mi miedo me obliga a pensar en explicaciones extrasensoriales. Cuando sos vos la misma explicación.
Entre todas las palabras que mascullaste después se te escuchó 'crecer'.
Crecer es enfrentarse a todos esos temores.
(vos lo sabés mejor que yo)