Estaba leyendo un folletín. Decía 'más allá' con una caligrafía propia de una revista de ciencia ficción. Tenía los ojos clavados ahí, con una expresión serena, pero atenta. Escuchando, como siempre.
Me acerqué con las manos en los bolsillos y le hablé. Ahora realmente no podría decir porqué lo hice. Pero creo que eso es producto del horror que me causó nuestra charla.
-Hola, ¿siempre leyendo vos?
No me contestó. Siguió con el rictus firme, sereno.
-No me estás escuchando
-Claro que sí-me dijo. Su voz bailaba. Sonaba como la de una niña pequeña.
-¿Y por qué no me respondés algo como 'sí, me encanta leer' o 'no sé por qué te interesa'?
-No sé porqué te interesa, pero sí, me encanta leer.
Mientras hablaba, me miró. Me sonreía, y me incomodó. Esa sonrisa torcida, horrible, casi tan única como sus ojos. Tan marrones y tan cínicos.
Tuve miedo, de verdad. De que con otra frase con ese tono, y esos ojos, lograra destruirme. Y no exagero.
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